BEN MEZRICH
Mark Zuckerberg y Eduardo Saverin no encajaban dentro de los cánones sociales de la Universidad de Harvard. Tímidos, poco agraciados físicamente y sin apellidos ilustres, sus compañeros les daban la espalda y, con ello, se esfumaba toda posibilidad de relacionarse con la mitad femenina del campus. Resignados, se refugiaban en sus ordenadores y en sus clases de matemáticas. Eran dos auténticos friquies. Una noche, en la que como otras tantas volvía sólo a su habitación, Mark Zuckerberg entró en los servidores de la universidad y copió los archivos del directorio de estudiantes, llamado facebook en inglés. Eliminó los nombres y las fotografías de los chicos y lo volvió a colgar en Internet, no sin otra pequeña modificación: los estudiantes podían puntuar el aspecto físico de cada una de las chicas. El experimento estuvo a punto de costarle la expulsión de la Universidad, algo que no le hubiera preocupado en absoluto porque acababa de crear el embrión de lo que en unos pocos meses iba a c