ANTONIO COLINAS
Quienes le conocen -y sobre todo le han leído- saben que de Antonio Colinas no cabe esperar en principio vuelcos repentinos en su modo de hacer. Los silencios de fuego tal vez no sea sino la culminación de un meditado y firme proceso hacia la paulatina depuración de la lengua, elaborada desde estructuras poéticas cada vez más sutiles, simples, armónicas. Pero es también algo más que una simple evolución : hay, en cierto modo, un cambio de actitud. El poeta, sin abandonar la íntima experiencia del quehacer poético, desciende al ágora y, desde ella, alza su voz herida por lo que en ella detecta : un mundo cultural adocenado, trivializado hasta límites insoportables. Y, desde ella, clama por alcanzar una posible armonía del ser humano con su entorno cultural, con la naturaleza y consigo mismo. Podría tal vez decirse que es la expresión poética de lo que, a modo de meditaciones aforísticas, plasmó en Tratado de armonía (Marginales 113). Las tres hojas del tríptico