Acumulamos estrés. Nos hacemos una bolita, deltoides, trapecios, occipitofrontales, esternocleidomastoideos, todo se contrae. Por las noches me obligo a respirar lento, a intentar recordar esas meditaciones yoghis que aprendí hace años. «Om shánti shanti shantih harih om sri guru bhyo namaha harih om». Como es evidente no recuerdo ni una, todo es fruto de una búsqueda googleniana. Ni para meditar dejo el móvil.
Estos días hablamos de retiros literarios, de aislamientos de remanso que se suben de precio mientras miro mi tarjeta dividida en dos. El plástico posterior se ha despegado, se ha separado la capa trasera que sirve de funda. La finísima hoja que contiene mis datos: nombre, número de tarjeta, número secreto y fecha de caducidad. Ahora cada vez que tengo que pagar un billete de tren tengo que coger esa lámina que poco envidia a un tranchete, ponerla a contra luz y apuntar los números. ¿Por qué no he pedido otra? Quién sabe. Llevo así tres meses y se ha convertido en parte de la rutina, le tengo cariño.
He venido al pueblo para desconectar. jeje me reía yo de la gente de ciudad que va al pueblo para desenchufarse, pero aquí estoy. Saludo a mi abuela, a mi gato y hay días que salgo a pasear; poco y rara vez acompañado. Descanso o eso creo, me tumbo en la cama ya son las doce. Recito el mantra. Estos días leo muchas novelas a la vez, siento que me persiguen todos los personajes. He leído «La máquina de hacer pájaros» de Freire y «Tarántula» de Halfon; leo «Lolita» con mis queridas saudades y sufrimos con disgusto cada detalle. Voy a leer «Las Malas» de Camila Sosa que ya toca ponerse. Leemos con calma, disfrutando cada palabra, cantando el lema del estudiante y marcando cada verso que nos resuena.