La saragata

03 ENE

CARTA DE INVIERNO

Per Josep Salvia Vidal
CARTA DE INVIERNO

Y llega el frío de repente, sin avisar, con su aliento gélido y su rastro de escarcha. Y lo hace después de un otoño que casi no lo ha sido, después de un veranillo de San Martín que se ha convertido en algo mucho más grande y exagerado de lo que indica un diminutivo. No viene solo y otros aparecen con él. El viento racheado. La lluvia parsimoniosa que se desprende de las nubes como si no tuviera otra cosa mejor que hacer. La niebla que llega también en silencio, con sus pies descalzos y sus huellas húmedas para quedarse pegada a los suelos, a los tejados y a las cabezas. La niebla te toma, te domina como un ejército a la conquista de un país. Se te mete dentro y no te deja, incluso forma marismas en las cavidades de tus entrañas. Las tardes son cortas, un suspiro. Poco después de las cinco de la tarde, como en el poema que el poeta granaíno dedicó a Ignacio Sánchez Mejías, la noche se precipita desde lo alto, desde más arriba del cielo, y se desparrama sobre el mundo transformada en un ungüento viscoso y oscuro, devorando la poca luz que queda ya en el horizonte con sus fauces de tiniebla.

 

Con el invierno nos alcanza la Navidad, las fiestas son la gran puerta de entrada de la nueva estación. Al igual que a Mr. Scrooge, el personaje que Charles Dickens creó, me visitan los tres fantasmas por estas fechas. Mi particular versión de El cuento de Navidad. El fantasma del pasado es melancólico por naturaleza. Basta una imagen o una anécdota para remontar los cauces de la memoria, de la misma manera que remontan los esturiones los ríos para desovar. Pero en este caso el caviar son los recuerdos, volver la vista atrás, ver el camino recorrido y tener un recuerdo para los que ya no están, esas sillas vacías que siguen doliendo a pesar de los años. Pero ya lo advierte Gueorgui Gospodínov en Las tempestálidas: ay de aquel que  caiga en la trampa de pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor. Ese naufraga en la corriente del río.

 

El fantasma del presente tiene menos trabajo, es más reacio. Es suficiente con mirar en derredor para saber dónde y cómo nos encontramos, cada uno de nosotros con su realidad y sus circunstancias. Las malas noticias que sobrevienen desde el exterior, desde la otra orilla del Mediterráneo, son dramáticas. Allí no hay noche de paz. Siempre la maldita guerra ensuciando el mundo. En mi casa, de puertas adentro, afortunadamente, la cosa es distinta. El belén puesto, el hogar decorado igual que las plazas y las calles del pueblo, en estas fechas uno se vuelve un poco niño. El tió en el salón, esperando recibir nuestros golpes aunque ya seamos un poco mayorcitos. La cocina a pleno rendimiento. La mesa lista. Mi familia no es muy extensa, pero no falta nadie. Estamos todos los que somos. Después, vendrán los Magos de Oriente y algún que otro regalo siempre cae. Será que me porto bien. Será que soy un buen chico. La verdad es que me conformo con poco, incluso con lo que no se puede envolver. Me basta con una buena conversación, un café, una risa, un beso en la mejilla, un abrazo de los cálidos, de los de verdad, de los que aprietan. A menudo, en esta sociedad globalizada y consumista, nos olvidamos que la felicidad se puede encontrar en las cosas más pequeñas, más simples.

 

El fantasma del futuro es amorfo, inconcreto, difuso, se pierde en los recodos del porvenir. Si puedo pedirle algo a él o a esos Magos (que, por cierto, también son tres, como los fantasmas), le pido, aparte de lo típico (sin salud no hay absolutamente nada) y de los propósitos que todos apuntamos en esas listas que luego nadie cumple, andar con tranquilidad por la vida junto a los míos y disfrutar siempre de esas pequeñas cosas. Pero sobre todo le pido seguir escribiendo, leyendo, descubriendo nuevas voces, poderosas y disidentes, con la esperanza de hallar, algún día, la mía.  

 

Felices Fiestas

Feliz 2024

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