«… el descenso en la comprensión lectora que se ha registrado en la última década entre los alumnos de […] 15 años: según el último informe PISA, uno de cada cuatro no supera el nivel de competencia 2. Es decir, técnicamente, no entiende lo que lee», escribe Miquel Echarri.
Léete el artículo que ha salido en ICON, dijo una amiga. Lo leí, y no sabía si el motivo de su mensaje era porque doy clase en un instituto, porque leo o porque escribo. Llevé el tema a uno de los clubs de lectura, pero cada club entendió una cosa distinta.
Información práctica o relevante. Al comienzo de cada curso, aviso de que la información a compartir en los grupos de los diferentes clubs de lectura debe ser práctica –la próxima sesión se adelanta una semana, llego tarde, hoy no podré asistir, aquí tenéis una serie de recomendaciones a partir de la última lectura– o relevante –como es la última sesión, nos reuniremos en el bar–.
En uno de los grupos empezaron a discutir si Schopenhauer era mejor que Nietzsche y decidí intervenir a favor del segundo. Recurrí a Emilio Lledó para defenderlo. El sajón afirmaba –hace más de un siglo– que el exceso de información provocaba el dominio de la ignorancia. Si todo es información, nada es información.
Léete este librito de Lledó, dijo otra amiga. La selección de textos, maravillosamente ilustrados por Eugenia Ábalos y publicados por Nórdica, reconcilia a cualquiera, empezando por este profesor y lector, con los seres humanos que no entienden lo que leen.
«Los libros nos leen también porque sus palabras son miradas que se reflejan en el cristal, aún limpio, de nuestros primeros pasos en el conocimiento», escribe Lledó.
Avisé que la próxima sesión se adelantaba una semana, recordé a una lectora de uno de los clubs.
Lo leí, pero no le hice caso, respondió.