La saragata

20 MAR

Dudas

Per José Luis Ramos Rebollo
Dudas

El percance ecuatoriano había dejado a Juan con algunas secuelas de movilidad, decían los médicos, pero al parecer no había por qué preocuparse. Serían temporales. La prometida, sin embargo, veía a Juan excesivamente callado, un estado inusual en el jerezano desde que regresó de América. La madre, quien conocía mejor a su hijo, se percató de que Juan había iniciado un viaje a una vida en la que ninguno de los presentes en aquella habitación de hotel tenía cabida.

 

Habían transcurrido poco más de veinticuatro horas desde que se reunieron con familia y amigos para celebrar que el torero y la cardióloga se iban a casar al día siguiente. Pero no se casaron. Juan, desde la habitación de hotel en la que se vestiría para una faena administrativa, telefoneó a su prometida para decirle que no se casaba. Que tenía dudas.

 

Habían pasado dos semanas desde la cogida en Ecuador y el dentista le recomendaba esperar unas semanas más antes de realizar los implantes. La novia le preguntó si le preocupaban las imágenes que saldrían en la prensa. También por aquella mujer morena que le acompañaba a la salida del hotel de Lacatunga. La jerezana preguntó dónde estaba su cuadrilla. E insistió en saber dónde había pasado la noche con el subalterno y el mozo de espadas.

 

Al otro lado del teléfono, la cardióloga no pudo ver cómo sonreía Juan, mellado, junto a su madre y su tía Eloísa, su madrina de bautismo.

 

El ingeniero.

 

Así lo bautizó Eloísa desde que nació. Luego estudió ingeniería y la madrina empezó a llamarlo trianero. El hospital en el que nació se encuentra junto a los Salesianos y a unos metros de la parroquia de San Gonzalo. El trabajo de su padre, que obligó a Juan a pasear la infancia y la adolescencia por media península, le devolvió a su barrio con veintitantos años. Antes, había debutado con una novillada.

 

Eloísa esperaba criar a su sobrino en Triana, mientras su padre recorría destinos funcionariales, con la esperanza de que Juan recibiera la llamada del Señor en los Salesianos. Pero el padre insistió en llevarse al niño allá donde fueran. No quería un cura en la familia.

 

La prometida seguía preguntando a Juan, quien se levantó de uno de los sillones de la habitación de hotel. Estaba a medio vestir, como la conversación que mantenía con la cardióloga. Sabía que en algún momento caerían los motivos que tapaban la decisión.

 

Y llegaron.

 

He toreado en peores plazas que esta, le dijo Juan a su prometida, en un alarde narrativo del ingeniero, así que no me va a costar asumir las consecuencias, remató. Yo me encargo de todo.

 

De todo, menos de casarte, poco hombre, dijo la cardióloga antes de colgar.

 

Poco hombre.

 

Aquellas palabras llenaron la cabeza de Juan y recordó el regalo que Violeta Lemebel, la antigua compañera chilena de facultad cordobesa de Ingeniería, le dio cuando se vieron en el hotel de Lacatunga. Toma, dijo Violeta, la última obra que publicó mi tío Pedro antes de morir.

Tornar a les notícies