La saragata

25 OCT

La tonada del instante

Per Cleofé Campuzano Marco
La tonada del instante

Pero escucha, escucha:
todos los árboles se mecen
en la música.

Clara Janés

 

Apreciar el corazón como residuo comienza con la presunción de un tiempo. Y no es algo común encontrar poemas en los que el residuo designe tanto un latido constante como el descubrimiento de lo que nace; que individualice el signo y que en el mismo lapso lo universalice. Lo que nos paraliza, nos busca y nos detiene presenta la capacidad de averiguar las posibilidades del ser.

La poesía como verdadera percepción (Bousoño, 1952) requiere de este tiempo. El momento preciso en el que confluyen los objetos con lo invisible, con lo telúrico. Deviene ahí el signo, su importancia, su esencia. Y digo esto porque la reflexión nos conduce directamente a la poética de Francisco Javier Insa. Entrar en ella es hallarse desprovisto de alimento, desnudo y vulnerable; e implica subirse a un andamio evanescente. El paisaje interior se construye y se hace mientras paraliza y conmueve: «Carrusel de palabras inacabadas /hacia el declive de un quejido, /que no ceja en su empeño, /en este silencio a golpe de  /fuerzas telúricas que emergen poderosas».

En este poemario, «Tiempo de tambores» (Sapere Aude, 2022), el poeta emerge de la ruptura, como viene siendo habitual en sus composiciones; fundamento que recuerda a la técnica japonesa de Kintsugi, buscando la sutura del roto como si de una pieza de cerámica se tratase para construir algo mucho más bello; así nos hace entrar en una inauguración del mundo ab initio sobre la herencia, sin renunciar a ella.

«Habito la grieta tras este punto cardinal /donde lo especial /es moneda de cambio, /depositada en el anverso, /mano inexistente» («Habitar la grieta»).

Es un hablar desde una inconcreción salvaje, sideral, altamente poderosa, que nada tiene de convencional; es más, huye del canon porque su decir contrario a lo esperado es virtud, en la libertad de estar vivo. Ya en su anterior poemario, «A la luz de mis sombras» (Olé Libros, 2020), crecía en la idea de la evanescencia como presencia súbita del desarraigo y aquí continúa en ello queriendo alcanzar una sima lejana y tupida, un refugio seguro de eternidad. «¿Soy yo? /¿O es el otro /el que camina la tormenta?» («Autoretrato»). El deseo de identidad acodada a cada presente que se sucede. Versos que nos llevan a aquellos otros enigmáticos de Emily Dickinson: «¡Yo no soy nadie! ¿Quién eres tú?».

«Tiempo de tambores» concita un conjunto de cinco clepsidras, el reflejo de un tiempo asmático que se rompe; reflejo también de la posibilidad de ser otro en la convulsión de los días. ¿Cuántas veces queremos amar el instante y al minuto siguiente conseguir esa receta mágica para quebrar todas las convicciones que nos conducen a él? Con esta pregunta no quiero desvelar al lector aquello que encontrará en este libro pero sí advertir que será un viaje intenso y duradero, probablemente inacabado aún con la última palabra leída: «¿No es la vida prisma de la muerte? /¿No es la muerte / refugio en vida?».

Encontramos la muerte y el tiempo como un resonar progresivo y alterno, una línea inconclusa que necesitamos para validar la utilidad de la costumbre; «Hace años apuntalo muertos  /en este río. /Recuerdo de lo que ya no fluye…» lo cual se evidencia en la forma con el uso habitual de la reiteración, muy visible en poemas como «Senderos de lluvia» que  junto con la constancia del trasvase pasado-presente refuerza el maridaje muerte/tiempo en imágenes que rechazan eludir la verdad: «Acude entre susurros y tráeme un presente / que no queme, /no duela, /no sienta»

Dice Gamoneda: «Tengo la eternidad (…) /Quien tiene miedo quiere entrar en ti». Y esta condición de sensibilidad y confianza paralelas en aceras contiguas la encontramos en la poesía de Insa. Lo que nos conmueve nos deshace por dentro, el desprendimiento como clave, reclamo de realidad; «Cuelgan de mis alforjas /fragancias, /torsos desnudos, /claves nocturnas, /sepulcros vacíos. /Tabúes en tiempo ornados y sones de lo impreciso».

En cada uno de los poemas, el símbolo no se agota, solo requiere de las palabras precisas en esta narrativa que se extiende y comprime a través de una expresión singular, una voz auténtica y madura. «Tiempo de tambores» consagra, así, un reclamo a vivir, una tonada al ahora y también un sonido poderoso hacia la significación total de la existencia. En diálogo ininterrumpido encontraremos unas piezas visuales de Sylvia Molina que reflexionan sobre la impronta de la mancha y el fragmento como residuos en composición y descomposición. Como diría el poeta romántico Li Bai: «Solo veo el gran río fluyendo /en el horizonte lejano».

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