La saragata

23 AGO

Lina Meruane, la verdadera Barbie de la historia

Per Pere Mateu Tella
Lina Meruane, la verdadera Barbie de la historia

«Avidez»

Vuelve Lina y no vuelve con poco. Lina Meruane, autora chilena y una de las grandes cuentistas hispanoamericanas destacada por sus temas tabú como la enfermedad, la memoria, la identidad y la escritura, publica finalmente la unión de algunos de sus premios recibidos a lo largo de los años. De forma cronológica y moviéndose desde la infancia de las protagonistas a la edad adulta, vemos que personajes y autora evolucionan a la par. Relatos ficcionados de crímenes reales, notas de crónica como inspiración, tragedias familiares o historias de oreja. Pero, no es la primera vez que vemos eso. A ella la acompañan las supernenas —nomenclatura establecida por mí y mis amigos— o, como las conoce la mayoría de gente, las autoras del gótico hispánico actual o el nuevo boom. El nuevo séquito de escritoras hispanoamericanas conocidas ya mundialmente, quienes siguen una nueva orientación crítica que parte de la idea que lo personal es político, que los mundos privados como la familia y la sexualidad son el lugar en el que se percibe el cambio. Mariana Enríquez, María Fernanda Ampuero, Mónica Ojeda, Samanta Schweblin, Brenda Navarro, Fernanda Melchor… entre otras de las que seguramente os hablaré algún día.

«Solo había una manera de salir de casa y era comiéndonos a mamá».

Lina habla desde la violencia en el texto, entremezclando el campo y la cercanía del bosque con la mujer asalvajada. Pone en debate la importancia del círculo familiar, mostrando al padre de familia como un símbolo de abuso de poder, una figura intermitente, un fantasma que pasea entre habitación y habitación. El abandono, la crianza a duras penas y la niñez olvidada toma el aire entre sus folios.

«No queríamos perder nada, ni la lengua ni una mano ni menos un ojo, ya habíamos perdido kilos, muelas, niñez. Habíamos perdido a papá pero no el hambre. Cerramos las persianas y las cortinas sospechando que papá seguro se había olvidado de nosotros, que papá había cazado ciervos y osos y se los había comido él solo o en compañía de otros hombres armados hasta los dientes».

Esta niña que conocemos al principio de la historia va creciendo, se reencarna en otras que siguen la línea evolutiva. En apenas treinta páginas pasamos de una enana que no puede dormir por el frío a una niña que intenta entender los sentimientos.        

«Nos derramamos en algún lugar, líquidas, llorosas pero sin pesar, sin miedo alguno ya, porque aún no entendemos la tristeza ni conocemos la soledad».

Como decía Carla Nyman, líquidas y vertebradas aparecen las niñas a lo largo de la historia, preocupadas del paso del tiempo, del pelo que les crece en las piernas, del hedor de coño que se les queda en las manos. Violencia, tensión y furia gobiernan la cabeza del adolescente, de la niña que se olvida de las Lelli Kelly los zapatitos ou yeah y empieza a entender que el mundo no canturrea a cada paso que das. 

«Y sin lavarse ni perfumarse ni maquillarse, casi sin vestirse pero dueña de sí misma, había salido al único boliche que podía estar abierto a esas horas noctámbulas. Se acercó a la reja que resguardaba al dueño de la botillería de una calaña de borrachos exaltados y asaltantes, dijo ella, la experta en noches; desde esa reja, desde sus tres vueltas de cadena, le silbó al dueño para pedirle que le fiara una bolsa de papas fritas y una cocacolita. El dueño la reconoció a pesar de la vista corta de él y de la flacura despeinada de ella, le ofreció las papitas y la lata y le preguntó dónde se había metido, y ella se levantó la falda y le mostró los muslos enjutos y la pelvis puntuda y el pubis afeitado, y su agujero, su insondable agujero, y el dueño del local le abrió el candado y la reja y la invitó a sentarse mientras metía su dedo ahí para medir hasta dónde llegaba».

Caer, desprenderse de la rama y desaparecer, soltarse por voluntad propia o por no tener otra opción. Y es que cuando te pisan, lo primero que haces es soltar la mano, pero a veces, si no te dejan, debes cortarla.

«Mamá, repetimos enrabiándonos con ella, los hombres están muriendo, están siendo devorados por manadas de lobos y aves de rapiña; hay hombres pudriéndose en las calles bajo nubes de moscas. La carne llena de gusanos. Ya era hora, murmuró mamá».

Así pues, espero que leáis a Lina, que busquéis a Pétalo, Burbuja y Cactus o si lo preferís a Bellota y Bombón. Y juntos celebremos un hurra por la niña y un hurra porque sigan muriendo estos hombres Mojo Dojo.

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