La saragata

10 ABR

Quedará el hambre

Per David Fernández
Quedará el hambre

Nunca he conectado con los libros de autoayuda. No suelo poner ninguno en mi to-read list a causa de sus sinopsis generales y sus temas poco concretos, y eso me tira para atrás a la hora de querer leerlos. Entiendo que la gente los lea, es más, es hasta positivo que sean de ayuda, y espero en un futuro leer alguno que realmente me ayude.

 

Creo que esa función, para mí, la suplen los libros de poesía. Tampoco es que tenga mucha cultura sobre ello, pero en lo poco que he transitado he logrado conectar con textos que han sabido, fácilmente, retratar los sentimientos y situaciones complejas por las que uno pasa y no encuentra las palabras para describir.

 

Otra de las actividades que relaja mi salud mental es la cocina: la repostería es algo tan concreto, tan organizado, que te abstrae del bucle de tu mente y deja como resultado un perfecto bizcocho de yogur horneado.

 

En cierto modo, Amor y pan, es ese abrazo sentimental (y culinario) que todos necesitan. Escrito por Paula Melchor y editado por Letraversal, este poemario nos habla sobre los tiempos —tan importantes en la cocina pero también en nuestro día a día—, la crudeza, lo importante que es dejar reposar y lo que nos rompe cuando lo hacemos demasiado. Entre desayunos, almuerzos, meriendas y cenas, habla del cariño y escribe desde el echar de menos. Del querer juntar las piezas antes de que se rompan del todo, de la emergencia que es la soledad, el hambre que siempre queda.

 

«Mamá tendré un hijo si tú te vas / mamá si tú te vas tendré un hijo / porque temo a ese niño futuro y sus ojos, / el poema que no escribiré por alimentarlo, / sus llantos agudos en la casa vacía, / pero temo mucho / mucho más la soledad».

 

La cocina es nuestra principal fuente de conocimiento, la más primigenia. La que nos enseña a comportarnos frente a los demás, la que guarda secretos entre familiares, y la que sabe endulzar cuando un plato queda amargo. Por eso rehuimos de según qué momentos, de según qué mesas, cuando hay espacios que no se llenan y que quedarán vacíos por mucho tiempo. El lugar que ocupamos teje a nuestro alrededor un halo que se queda cuando nos vamos, cuando faltamos, y que es muy complicado de sustituir.

 

«Una mesa de comedor / es un cadáver familiar. / Pieles de naranjas gajos machacados / en el plato de garbanzos fríos. / Vino dulce a medio beber junto al cesto del pan, / y un silencio que crece / mientras se llenan los estómagos».

 

Y, como Paula, yo también me pongo triste cuando como solo.

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