HÉCTOR BIANCIOTTI
En Lo que la noche le cuenta al día (Andanzas 186), primera entrega de ese viaje hacia sí mismo, o de esa «autoficción», como ya la ha bautizado la crítica francesa, Bianciotti nos había dejado una noche de marzo de 1955, en el puerto de Buenos Aires a bordo de un barco que debía llevarle a Europa. Pues bien, aquí le tenemos a su llegada a Italia, el 18 de marzo, con veinticinco años, sin un centavo, pero armado de una doble convicción: su viaje será sin retorno y, para mantenerse en pie, tendrá antes que aprender a caer. Así, primero en Nápoles y después en la Roma de la dolce vita, desprovisto de todo y en la más absoluta indigencia, empezará la caída solitaria a los infiernos del hambre. De ese tiempo en el umbral de la nada, rescata ante todo personajes que, por amistad, compasión o interés, se cruzan en su camino, desde los sórdidos encuentros fortuitos, hasta el deslumbramiento que le produce Maria Callas. El duro deambular forzoso s