La saragata

28 FEB

Bajo el árbol de Brooklyn

Por Josep Salvia Vidal
Bajo el árbol de Brooklyn

«Apacible era la palabra que se habría empleado para describir Brooklyn, Nueva York». Con esta frase empieza «Un árbol crece en Brooklyn» y apacible podría ser también la palabra con la que definir esta novela. Elegante sería otra. Espléndida, la tercera. Quien la lea pensará que no pasa nada porque quizá no tiene un gran argumento, pero en sus 504 páginas ocurren muchas cosas. Transcurre la propia vida con todo lo que conlleva vivir, respirar, existir. Las alegrías y las penas, los fiascos y los logros, la misma muerte que llega de forma inesperada, como un tajo que te descoloca del mundo y te obliga a encontrar otra vez el centro, el equilibrio. La desazón del padre de familia, Johnny, testigo del fracaso de todos los negocios que emprende, una desilusión que intenta ahogar en alcohol sin saber que se está ahogando a sí mismo. La abnegada madre, Katie, que se desloma trabajando, limpiando escaleras, para que no falte la comida en casa. La pequeña Francie que descubre en la literatura y en la biblioteca de su barrio un acogedor refugio donde evadirse de tanta mediocridad. Las travesuras de Neeley, el hijo pequeño, que juega por las calles con los otros críos, ajenos a todo, envueltos en la tranquilidad de los días intactos de la infancia. La búsqueda desesperada del amor por parte de la tía Sissy, soltera y con salvajes instintos maternales. Las vicisitudes de la otra gente del barrio, personajes tan cercanos que hasta nos duelen sus dolores porque podrían ser los nuestros. Todo esto ocurre en esta novela, mientras Francie lee libros a la sombra de un árbol que solo crece en los barrios más pobres de las grandes ciudades.

 

«Un árbol crece en Brooklyn» es una novela autobiográfica. A través de Francie Nolan, su «alter ego», la autora, Betty Smith, nos cuenta su propia infancia. De nombre real Sophina Elisabeth Wehner, nació en 1896 en Williamsburg, uno de los barrios pobres de Brooklyn cuando aún era una ciudad separada de Nueva York. Nacida en una familia de emigrantes alemanes, los primeros años de su vida estuvieron marcados por las privaciones y la miseria. A una temprana edad se vio obligada a dejar el colegio para ponerse a trabajar desempeñando una multitud de oficios (desde pinche de cocina a montadora de flores artificiales) que luego ejercería la propia Francie en la novela. Aun así, Betty nunca abandonó sus aspiraciones y siguió formándose, consiguiendo más adelante una autorización para asistir a la universidad aunque no había terminado el bachillerato. Ya casada y madre de dos hijas, cursó estudios de periodismo y literatura. Fue en esa época cuando comenzó a escribir artículos para la prensa y obras de teatro. Quizá el único error que cometió en su carrera fue llegar tarde a la narrativa, pero llegó. Ya lo creo que llegó.

 

«Un árbol crece en Brooklyn», su primera novela publicada en 1943, fue un éxito arrollador y se convirtió en poco tiempo en un bestseller internacional que superó incluso las ventas de «Lo que el viento se llevó» de Margaret Mitchell y recibió elogios por parte de la crítica. Betty Smith triunfó, pero aun así sufrió el desprecio de sus compañeros escritores que decían de ella que hacía literatura para mujeres, usando esa expresión como algo peyorativo. Tal vez por eso se le escapó el Premio Pulitzer del que fue finalista en 1944 cuando todo el mundo daba por sentado que lo ganaría ella y el clamor era popular. Pero no. El premio reconoció a Martin Flavin por «Viaje en la oscuridad». Y, sin embargo, la tenaz Betty no se rindió. Betty siguió escribiendo teatro y publicó tres novelas más: «Mañana puede ser un gran día» (1948), «Maggie-Now» (1958) y «Join in the morning» (1963). Murió en su casa de Chapel Hill, en Carolina del Norte, en 1972.

 

Yo la descubrí por azar, por una reseña que hicieron de ella en la revista «Qué leer» donde recibió la nota máxima, los cinco tinteros, obra maestra. En la portada de la edición que hizo Lumen en 2008, una frase de Paul Auster dice: un libro bellísimo de una novelista maravillosa y olvidada. Y no puedo estar más de acuerdo aunque yo añadiría algo, injustamente olvidada. No creo que haya literatura para mujeres o para hombres, es más, creo que la literatura está por encima de todo eso y no tiene género. Yo deseo que la gente lea, sin más, que lea lo que quiera, pero que lea. Y no me cansaré de recomendarla. Llegué a esta novela de casualidad y de alguna manera me he quedado a vivir en ella, leyendo libros junto a Francie Nolan, bajo la sombra del árbol que crece en Brooklyn.

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