La saragata

26 JUL

Libros, ¡qué lugares!

Por Núria Pujol Tamarit
Libros, ¡qué lugares!

«Siempre pasando, la corriente de la vida, aquello que perseguimos en la corriente de la vida nos es más caro que todo lo demás»

James Joyce

 

 

Desde tiempos inmemoriales la literatura ha sido un recurso para viajar por otros lares, para recorrer otras épocas históricas y para sentir otras vidas. Lo geográfico, en muchos casos, trasciende lo literario y deja emerger unos lugares a caballo entre lo real y lo místico, la conexión entre un libro y un lugar acaba siendo un recurso metaliterario, uno construye al otro.

 

De entre todos los monumentos literarios erigidos a una ciudad, quizá el más impresionante es el Dublín de Joyce.  El «Ulises» es una obra mastodóntica a la vez que es un abrazo a lo cotidiano, a lo mundano. El mundo entero cabe en el «Ulises», pero también es un homenaje a una ciudad, no en vano James Joyce afirmó que si Dublín fuera destruida se podría reconstruir a través de sus libros. En su exilio voluntario lejos de Irlanda, él mismo se valió de planos, periódicos y demás documentos de la época y escribió decenas de cartas a amigos y familiares para que le fueran a comprobar ciertos sitios, pidió que verificaran algunas distancias, para así reconstruir lo más exactamente posible la ciudad que le vio crecer.

 

Una vez erigida la mística en las letras le faltan los fieles, esos miles de lectores y lectoras de todo el mundo que año tras año se reúnen en Dublín para rendir pleitesía a la obra de Joyce. Cincuenta años después de aquél 16 de junio de 1922, un grupo de escritores decidió instaurar el Bloomsday, el festival que se desarrolla en las calles que recorremos tras los pasos de Stephen, Leopold y Molly Bloom.

 

En ese itinerario la tradición manda visitar la farmacia Sweny’s, de donde nadie sale sin la reglamentaria pastilla de jabón de limón; seguimos con un paseo por el cementerio de Glasnevin y degustando un sándwich de gorgonzola en el Davy Byrne's Pub en Duke Street; nos aireamos en la torre Martello, donde se alojó Stephen Dedalus, en Sandycove; atajamos la sed en los múltiples pubs que Bloom recorre con Stephen y volvemos a casa, en Eccles St., para oír a Molly improvisar su espectacular monólogo final. Una ruta, ciertamente, para todos los sentidos.

 

Dublín huele a pinta, pero también tiene un aroma literario impregnado en cada uno de sus ambientes y el «Ulises» contiene toda esa esencia; por las venas del libro fluye la corriente de la conciencia dublinesa tanto como la de sus propios personajes. James Joyce dice: «Si puedo llegar al corazón de Dublín, puedo llegar al corazón de todas las ciudades del mundo», la conquista de la ciudad es la síntesis de todas las ciudades, el escenario definitivo, tan particular y tan universal como sólo puede serlo la experiencia literaria.

 

Y así, mientras «una pesada nube cubría el sol lentamente, sombreando la ceñuda fachada de Trinity» emergemos de ese deslumbrante viaje, que a ratos parece inabarcable, a ratos imprescindible, pero al que siempre volvemos, un viaje literario en el que disfrutamos de los días corrientes como momentos extraordinarios y terminamos gritando «yes I said yes I will Yes».

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