Este año en el que yo he cumplido los cuarenta tacos, dos escritoras imprescindibles de la literatura castellana habrían alcanzado los cien: Ana María Matute y Carmen Martín Gaite. La primera nació en Barcelona el 26 de julio de 1925. La segunda, en Salamanca, el 8 de diciembre del mismo año. Las dos sufrieron los embates de la guerra civil siendo casi niñas y eso las marcó profundamente. De vocación literaria prematura, de muy jóvenes empezaron a colaborar en diferentes publicaciones hasta que se convirtieron en escritoras muy sólidas, con carreras que perduraron en el tiempo. Las dos, también, acabarían formando parte de la Generación del 50 o «los niños de la guerra», una generación de voces literarias nacidas alrededor de los años 20 y que empezaron a publicar libros en la década de los 50. José Manuel Caballero Bonald, Ángel González, María Victoria Atencia, Carmen Laforet, Jesús Fernández Santos, Jaime Gil de Biedma, Rafael Sánchez Ferlosio, Josefina Aldecoa y su marido Ignacio, entre otras voces, forman parte de esa pléyade.
Tanto Carmen Martín Gaite como Ana María Matute ganaron el Premio Nadal en una época en la que los premios literarios eran garantía de calidad en este país. Ahora ya no lo son. Carmen lo conseguiría en 1957 con Entre visillos, novela que muchos años después sería, para mí, lectura obligada en un curso del bachillerato. Cuenta la vida rutinaria y anodina de un grupo de chicas en una ciudad de provincias (quizá la Salamanca natal de la autora) repleta de conservacionismo y apariencias. La llegada a la ciudad de Pablo Klein, un joven profesor que no encaja en ese ambiente conformista, revoluciona la vida de esas chicas aparentemente condenadas a la desilusión y los imposibles.
Dos años más tarde, ese mismo premio lo ganaba Ana María con Primera memoria. Esta novela, en cambio, la leí este mismo año, a punto de cumplir los cuarenta, aprovechando la reedición que hizo la editorial Destino para conmemorar el centenario del nacimiento de la autora. Explica el paso de la infancia a la adolescencia de Matia durante un verano en el que convive con su primo Borja, en la casa que la abuela de ambos tiene en una isla (tal vez Mallorca). La chica, sin madre y con el padre desaparecido, va descubriendo las cosas que hasta ese momento habían permanecido ocultas en las vidas de los adultos que la rodean, todo con el fondo de la guerra civil.
La prensa del 6 de enero de 1959 recoge la noticia de la entrega del premio. Los titulares destacan de Ana María que, aparte de ser escritora, es una buena ama de casa y una buena madre. Qué asco. Qué vergüenza de machismo. Me sangran los ojos al oír hablar así de una escritora magistral. Y, sin embargo, el machismo sigue presente. Basta con mirar, por ejemplo, el palmarés del Premio Cervantes, considerado el Nobel de las letras hispanas: solo 6 mujeres figuran en él, entre ellas, la propia Ana María Matute que lo ganó en 2010. Cierro este artículo con una certeza: nos queda mucho por hacer al respecto.