Escribo este texto un sábado por la tarde, una tarde de noviembre tibia porque aún no ha llegado el frío, pocos minutos después de ver el video que Raquel y Joan han colgado en las redes recomendando los que, según su criterio, son los mejores libros que han leído en este año, cosa muy difícil porque leen mucho y me consta. La época de finales de año es propicia para hacer listas de todo tipo, yo también confecciono una con los libros leídos. Si comparo su lista con la mía, solo encuentro una coincidencia: El jardinero y la muerte de Gueorgui Gospodínov, cosa normal porque es un libro extraordinariamente bien escrito. Y es cierto que en su lista he echado de menos algunos títulos que yo habría puesto sin duda, por ejemplo, Huríes de Kamel Daoud, esa cicatriz inolvidable (para bien y para mal) en el cuello de Aube. Tendré que ponerme las pilas lectoras en estos dos meses y pico para leer el máximo de títulos posibles de su lista y así poder participar en la votación con criterio. En el sorteo que organizan ya no tengo expectativas porque a mí nunca me toca nada.
La irreductible está a punto de cumplir cinco años y en estos cinco años se ha convertido en mi casa y no solo como lector, sino también como escritor porque he presentado allí dos novelas mías. Y también es la casa de David Uclés, de Edurne Portela, de Marta Sanz, de Luis Mario, de Pilar Adón y de muchas otras voces literarias que han acudido a presentar los libros que han pergeñado con esfuerzo. A algunas he asistido, a otras me ha resultado imposible. En cualquier caso he disfrutado y por esa razón la irreductible es como mi casa. Casa es ese lugar donde uno se siente acogido, a gusto, bien tratado, comprendido, respetado. Pues eso. Y hay algo de épica en resistir cinco años vendiendo libros y solo libros, luchando además contra un sistema que no lo pone fácil porque favorece sin miramientos a las grandes cadenas.
Y hablando de grandes cadenas, muy pronto abrirán en Lleida una sucursal de la Casa del Libro. Lo siento, pero yo no iré. No me interesa. No me interesa que un librero me recomiende el último Premio Planeta de Juan del Val o la nueva novela de Sonsoles Ónega cuando se publique en un sitio que no será otra cosa que un supermercado de libros. No. Yo quiero libreros que lean y que me recomienden a Gospodínov, a Jon Bilbao, a Pol Guasch o la poesía de nuestra compañera Cleofé Campuzano. Creo que como sociedad no nos conviene en absoluto que estas grandes cadenas se queden con todo el pastel cultural porque el siguiente paso será imponernos un discurso, un pensamiento único que nos atará de pies y manos para convertirnos en meros títeres y ser manejados a su antojo.
No permitamos eso. Seamos disidentes, rebeldes y cabezones. Compremos en las librerías de barrio como la irreductible, el Genet Blau o la Sabateria, mantengamos vivo el comercio de proximidad porque allí nos conocen y nos tratan como personas, como si estuviéramos en nuestra casa cada vez que acudimos. Yo lo seguiré haciendo. Y si lo miras bien, la irreductible también es una casa llena de libros porque otra cosa no, pero libros… Si Raquel los sacara todos fuera colapsaría la calle. Pues eso, otra casa del libro es totalmente innecesaria. Yo ya tengo una.